20 abril, 2008

Células Madre

GLORIA Y PROMESA DE LAS CÉLULAS MADRE Jesús Mosterín URL: El País
Cuando el espermatozoide fecunda el óvulo, la célula resultante, el zigoto, pone en marcha su maquinaria replicativa, dividiéndose en dos células iguales, luego en cuatro, en ocho, y así sucesivamente. Una semana más tarde se ha formado la blástula, una bola hueca de células que acabará dando lugar a la placenta. Pegada a la pared interior de la blástula se forma una masa de células, que contiene las células madre. Estas células madre embrionarias son totipotentes, cada una de ellas, por separado, puede dar lugar a un embrión entero y puede también iniciar cualquier linaje de células de nuestro cuerpo. Las células madre embrionarias son un prodigio de versatilidad, tienen la potencia taumatúrgica de convertirse en cualquier tipo de célula, de tejido o de órgano. La gloria de las células madre totipotentes es efímera, dura sólo unos días, pues esas células troncales enseguida se diferencian en tejidos más especializados. ¿Cómo saben las células madre embrionarias lo que tienen que hacer para acabar convirtiéndose en piel o en sangre, en ojos o pulmones? ¿Qué señales balizan su derrotero? Lo ignoramos, pero ardemos en deseos de averiguarlo. Las aplicaciones médicas prometen ser fabulosas. A partir de una célula nuestra (y de un óvulo desnucleado) podríamos obtener por clonación embriones y células madre capaces de generar cualesquiera piezas de recambio somáticas que necesitásemos, nuevas células, tejidos y órganos para reemplazar a los deteriorados sin peligro alguno de rechazo inmunológico, pues los injertos tendrían nuestra misma composición genética. Sería posible tratar las enfermedades de Parkinson y de Alzheimer, el derrame cerebral y los accidentes de columna, la esclerosis múltiple y la diabetes. Podríamos sustituir las arterias atascadas por nuevos vasos sanguíneos, renovar el corazón infartado, regenerar la retina y devolver la vista. Si se deja investigar a los científicos, quizá dentro de diez años podamos producir tejidos para injertos. Mucho más adelante podríamos llegar a producir órganos enteros como un corazón, un riñón o incluso un hígado. La nueva tecnología celular también abre brillantes perspectivas morales. Si aceptamos el riñón que heroicamente nos ofrece nuestro hermano, no dejamos de provocarle una grave mutilación. Por no hablar de los siniestros laboratorios donde mediocres científicos todavía rajan y sacrifican a animales inocentes con la pretensión de transplantarnos órganos de cerdos, portadores de retrovirus inquietantes. El uso de órganos de un donante ajeno, además de los graves problemas de rechazo inmune que conlleva, tiene un carácter moralmente vidrioso. El ideal moral consiste en no sacrificar ni explotar a ninguna criatura, sino en ser uno mismo autosuficiente, curarse uno con sus propios recursos y sin hacer sufrir a los demás, ser uno su propio donante de órganos y tejidos, sacar las piezas de repuesto que necesite de la clonación de su propio material celular.Las trabas legales que frenaban la investigación han empezado a aflojarse este verano. El 16 de agosto el Gobierno británico apoyó la clonación de embriones con fines terapéuticos y científicos. Una semana después el Gobierno de Estados Unidos autorizó el uso de fondos públicos para investigar con embriones y células madre, aunque, en un intento inútil de aplacar al lobby antiabortista, adoptó una normativa de chocante hipocresía. Prohíbe a las instituciones públicas llevar a cabo la clonación de células embrionarias, pero les permite comprarlas a los institutos privados, que sí están autorizados a clonar. Menos mal que en la ciencia estadounidense existe la iniciativa privada, que es la que está llevando adelante la investigación, de la mano de empresas como Geron y Advanced Cell Technology. El peligro estriba en que el secretismo privado impida la difusión de los nuevos descubrimientos y en que las patentes encarezcan las terapias.Antiabortistas histéricos y obispos dogmáticos se oponen a la investigación con el peregrino argumento de que los embriones serían personas y tendrían alma. El embrión de una semana -en el que se dan las células madre totipotentes- es una bolita de células invisible a simple vista y carente por completo de atisbo alguno de sistema nervioso. Desde luego, no es una persona, pero es que ni siquiera es un animal, pues carece de ánima. Sin sistema nervioso no hay alma, no hay psiquismo, como los científicos reunidos en Roma se han encargado de recordar al Papa esta misma semana. El embrión carece de alma, de conciencia, de vivencias o sentimientos, es incapaz de sufrir y no merece consideración moral.Los que se oponen ahora a los avances de la biología son los mismos que condenaron a Copérnico, quemaron a Bruno, encarcelaron a Galileo y trataron de desterrar la teoría de Darwin de las escuelas. No hay que hacerles más caso que a los que despotrican contra el número 13. Lo que necesitamos no son anatemas ni supersticiones, sino una mirada clara y sin prejuicios, una ética basada en la racionalidad y una mejor información científica. Cantemos la gloria de las células madre y bendigamos sus futuribles beneficios. ¡Aleluya! [Nota] *Jesús Mosterín es profesor de Investigación en el Instituto de Filosofía del CSIC

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